Rafael del Barco Carreras
Barcelona 10-04-2012. Que aquella Transición no fue modélica lo recogemos ahora. Se creaba una cerrada Casta Político-profesional con desmedida ambición de Poder y Dinero, y alcanzado “cierto nivel” convencida de su impunidad. Si la llamada Democracia hubiera funcionado castigando en las urnas a los corruptos… no se hubiera alcanzado la quiebra de la mitad del Sistema Financiero, las cajas de ahorros, ni los presupuestos generales y sus 17 carcomas hubieran situado al País al borde de la bancarrota total.
La Gran Corrupción barcelonesa es solo una muestra… unas anécdotas… la desmesurada riqueza y Poder para unos… y la cárcel para otros.
Cap. 8. Enero 1980. Minutas
gratuitas de Piqué Vidal.
Guerau Ruiz Pena. Jiménez de
Parga y Tintoré
Cazurro
abogados acusadores.
PRIMERA PARTE
Consorcio de la Zona Franca
Piqué Advocats Associats
1975-1984
8
1980, la cumbre de esta historia. Encauzadas mis promociones inmobiliarias, y las denuncias de los parcelistas solucionadas con la presencia en los juzgados del comisario Prada, agradecido por los créditos en la Caja Cooperativa, y uno nuevo, sin pagar, para su comercio de pedrería, Alexandri, de la calle Condal. Anulado el contrato de los terrenos de Montornés, la presencia de Antonio en mis negocios se esfumaba. Contento, su peso entre el yate y París, un incordio.
Los dimes y diretes en el escoch del Charly Max, pronto se materializarían, conociendo a los peores de los personajes cruzados en mi vida. Juan Piqué Pidal y Luis Pascual Estevill. Y llegado a este punto con adjuntar el artículo escrito y publicado en el semanario El Triangle, n.700 11-10-04, tras acudir en un permiso penitenciario al célebre juicio por chantajes y sobornos, bastaría. “Pascual Estevill & Piqué Vidal; jo els vaig ajuntar”. Y si como definición de mi estado de ánimo resulta suficiente, los hechos merecen páginas, siendo ese el objeto de este libro.
Los acontecimientos se precipitaron. A Juan Piqué Vidal, le conocería a finales del 79, solucionado el contrato de los terrenos, y las primeras citaciones policiales y judiciales ya en Enero de 1980. Con su llamada a mi despacho de la calle Londres, acentuando la gravedad de la situación en el Consorcio, se iniciaba mi calvario. Por primera vez oí la versión. Con mi contrato de compra de Montornés, según Ayuntamiento y Consorcio, pretendíamos ocultar el desfalco pagando seiscientos millones. Sin más información que la falsedad de los terrenos creí que el zorro de Antonio (su hijo, a pesar del descuento de efectos en el Garriga y la promesa de financiación de Antonio, aun era una nebulosa) urdió la última de sus gamberradas. Aquello de “con pagar seiscientos millones” no me cuadraba. La entelequia de un cerebro calenturiento. Los terrenos pateados, varias veces, y además comprobada su pertenencia al Consorcio aunque no estuvieran registrados a su nombre, oscurecía la versión de “inexistentes”.
Interrogado por Justo Aguilera, jefe de “Estafas” en la Jefatura Superior de Policía de Vía Layetana, escuchó mi versión en presencia del abogado Selva del Bufete Piqué Vidal. Escribió la declaración y asunto concluido. Lo mismo sucedió pasados unos días ante el Juez Ezequiel Miranda de Dios, Titular del Juzgado n. 4, e instructor del Sumario n. 9/80 de fecha 28 de enero de 1980.
En cuanto a Bruna de Quijano, delegado del Estado en el Consorcio, los acontecimientos tomarían velocidad. Le conocí en una visita a los terrenos y en la firma del contrato.
Juan Piqué Vidal se mostró amigable y esperanzado. Las declaraciones satisfactorias, todo perfecto. Pero yo no estaba satisfecho. Las informaciones sobre la total entrega de Piqué a los De la Rosa me preocupaban, y máxime, si la policía y el juzgado sabían de mi visita a París. Antonio les habría informado por oscuras razones pues lo único importante, la tienda de la hija, no se cita.
Si según Piqué Vidal el peligro superado, yo debía liquidar las minutas. Un giro torticero, donde el engañado era yo por la inexistencia de los terrenos, se especulaba sobre una connivencia un tanto absurda. ¿Quién pagaría 600 millones?. Existía una certificación del acta del Comité aprobando la venta de los terrenos de Montornés por desechado el proyecto CITA, y no me gustaba el enfoque sin controversia. “No me debes nada, mi defensa es una deferencia de Javier de la Rosa que considera que su padre te ha engañado...”. La composición de la frase se puede alterar con los años, con idéntico significado.
Aquel macrobufete, unos ochenta abogados entonces, al que no volvería hasta 1988, tomó una dimensión lejana a mis intereses. Nadie me había defendido gratis, siempre pagué a mis abogados, y ninguno de ellos tenía más allá de secretaria y algún pasante, y encima defendía a De la Rosa, en quien se centraba el posible desfalco al que me unían. Me iniciaba a la defensiva, debiendo acusar, interponer una denuncia por relacionar en el documento unos datos falsos sobre los terrenos mostrados, o simplemente dejándome un pastel de deudas en la sociedad Solares y Patrimonios SA.
Un año y medio antes, la primera vez que oiría hablar de Piqué Vidal. Serena argumentando un distanciamiento con sus cuñados por su amor a una cuñada, incluía el abogado en unas consultas del cornudo por si le mataba. El tiempo difuminó el arrebato familiar porque los negocios lo requerían, o no existió el lance. A más abundamiento Antonio de la Rosa compró el hermoso ático en Sarría Pedralbes donde se daba la tórrida historia entre cuñados y vecinos. Un drama familiar excusa para una de las inversiones de su socio Antonio, varios millones, aunque el hermoso ático dúplex lo valía.
En mis largas charlas en el Ritz con mi socio Parés, que habitual a toro pasado cargaba contra Antonio y Serena razonando su negativa a asociarse en el hotel (orillando el tema del cuadro falso como él mismo engañado), conviniendo conmigo que de complicarse la denuncia, donde aún no se me acusaba
judicialmente, debería nombrar un abogado, de inmediato soltó Luis Pascual Estevill. Yo conocía otros abogados, pensé en Rucabado, de cuando a los veinticinco años quebró Rull SA afectando a mi primer empleo tras años en el Banco Comercial Transatlántico. La idea de mezclar situaciones anteriores con la presente, la insistencia de mi amigo, y la entrada en juego de Guerau Ruiz Pena, me inclinó.
Según Parés, Pascual tenía hilo directo con un magistrado. Eternizaban el pleito contra Sofhos, la sociedad arrendataria del Ritz, por el impago de los alquileres requeridos por la Viuda Muñoz propietaria del deteriorado edificio, complicado con una hipoteca de 80 millones del Banco de Santander. Ni alquileres ni amortizaciones hipotecarias se pagaban y el tiempo pasaba. Una conversación de los dos con Chapaprieta, alto cargo del Santander, fue lacónica, al banco no le interesaba asociarse en la explotación de un hotel obligado a un completo remodelado, y además, la tendencia a retirarse del sector hotelero. Quería cobrar.
Me pareció recordar a Pascual Estevill en los últimos sesenta iniciándose de letrado en la Caja Ibérica, vecina de mi despacho entonces en la Caja Cooperativa, Caspe Vía Layetana, y una entrevista sobre la problemática de las cajas cooperativas. Nombrado vocal de la Unión Nacional de Cooperativas de Crédito, andaba documentándome. Se lo recordé y sonrió sin confirmar, y en los abundantes escritos biográficos sobre el ya juez corrupto no lo he leído. Me parecía bien preparar a Pascual sobre mis inquietudes, máxime garantizándome una relación a nuestro favor por haber sido socios en el Bufete, con Guerau Ruiz Pena, concejal socialista del Ayuntamiento por amigo de Narcís Serra. En principio conocía a Piqué Vidal por impartir clases en la Universidad, profesores adjuntos, y sobre relaciones profesionales, ninguna.
Y hubo una segunda citación judicial con ya el Ayuntamiento, Rafael Jiménez de Parga, Catedrático de Civil, pasado a penal de abogado acusador, y Enrique Tintoré Cazurro por el Consorcio. Ampliando la teoría del pago de los seiscientos millones para ocultar el desfalco del Consorcio, se expusieron con todo tipo de detalle, desde luego magnificando su incidencia, las sociedades donde figuraba Antonio, Solares y Patrimonios SA, y sin figurar, Ravel y Werner SA, la discoteca Charly Max. Una complicada tela de araña, y Pascual sonriente soltaba un “ans en surtirem be”.
Así contraté a Luis Pascual Estevill, mi abogado, cerrándose el pacto en una comida en el Canari de la Garriga, restaurante delante del Hotel Ritz, comprado por Parés unos meses antes. Un detalle, la colección al carboncillo de Casas, colgando por las paredes, atribuidos por el anterior propietario al pintor pagando sus comidas, resultó falsa. Al igual la comida entre mi socio, Pascual y Guerau Ruiz Pena, prometiendo que el Ayuntamiento retiraría sus cargos por la escasa o nula participación en un tema sobrepasando en mucho esos terrenos inexistentes. El desfalco ascendía a diez mil millones, y así lo publicaría la prensa
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