Rafael del Barco Carreras
Barcelona 12-04-2012. Los
comentarios me animan a continuar el desglose de artículo por artículo. Completar
con recuerdos ajenos aquellos años es un placer;
1 comentarios:
Iñigo Arista dijo...
Desenterrando recuerdos, Javier? vaya, y otros
con Alzeimer.
Desconocía lo de la Ley del juego y el tema de los talones, esa es la verdad. Como cierto es que decían que por las mañanas los empleados del casino ingresaban talones en los Bancos de Vilanova, y los bancarios se dedicaban a pedir conformidad. Recuperar los archivos de aquellos talones y ver las firmas sería un espectáculo.
El casino de San Pere de Ribes era un lugar de reunión de las clases pudientes barcelonesas. Mucho glamour y educación.
Como cierto que era práctica habitual en la banca de entonces cobrar en negro y efectivo los gastos de estudio por descuentos y créditos, y emplear estos ingresos al pago de extratipos por los saldos en las cuentas corrientes.
Aunque no sé si es peor dar 600 millones o tan tonto como dar 5000 de crédito a cambio.
Me suena a directores que daban créditos a cambio de repartir el importe con el beneficiario, pero a veces mi condición humana se vuelve maliciosa sin justificación.
Desconocía lo de la Ley del juego y el tema de los talones, esa es la verdad. Como cierto es que decían que por las mañanas los empleados del casino ingresaban talones en los Bancos de Vilanova, y los bancarios se dedicaban a pedir conformidad. Recuperar los archivos de aquellos talones y ver las firmas sería un espectáculo.
El casino de San Pere de Ribes era un lugar de reunión de las clases pudientes barcelonesas. Mucho glamour y educación.
Como cierto que era práctica habitual en la banca de entonces cobrar en negro y efectivo los gastos de estudio por descuentos y créditos, y emplear estos ingresos al pago de extratipos por los saldos en las cuentas corrientes.
Aunque no sé si es peor dar 600 millones o tan tonto como dar 5000 de crédito a cambio.
Me suena a directores que daban créditos a cambio de repartir el importe con el beneficiario, pero a veces mi condición humana se vuelve maliciosa sin justificación.
En cuanto al Casino de San Pere de
Ribas representa en esta historia mucho más de lo que aparenta. Luis Pascual
Estevill era ¡o es! un ludópata empedernido, descubierto pasados los años, y Juan Piqué Vidal dominaba Casinos de
Cataluña SA. Como en cualquier película, los gansters compran a los abogados corruptos y ludópatas.
Cap.10 Venta Charly Max. Detención. La Modelo del 80.
Juez de Vigilancia, Gómez de
Liaño. Policía y
Hacienda.
Pag. 52
PRIMERA PARTE
Consorcio de la Zona Franca
Piqué Advocats Associats
1975-1984
10
Los meses hasta mi detención, el 1-7-80, un terrible semestre, se vieron endulzados por la venta de Charly Max. Me sabía mal, la exitosa discoteca se había convertido en el mejor de mis negocios, las letras de la compra de las acciones se pagaban, y el resto, dinero seguro mensual, pero la prudencia aconseja venderla antes de apetecerle a alguien cercano a la parte contraria. Serena, de acuerdo. Varias incomodidades, la de los periodistas, y la presencia de la droga, lo aconsejaban. Sin conciencia de lo que se avecinaba en ese sector, la cocaína se vendía con profusión y me intranquilizaba. Fácil crear un problema añadido, y nuestra debilidad social se mostraba diáfana, señalados no ya de “financieros de dudosa reputación”, sino gansters amorales. Sobre las supuestas orgías se nos preguntaba con descaro. Nos seguían, rascaban en nuestras vidas, intervenían los teléfonos. Con seguridad el grupo de elite de la Guardia Urbana, creado para el caso, según declarado por el Alcalde Serra, profundizaba alrededor, y en absoluto en el de Javier de la Rosa o los demás hijos de Antonio, o la amplia red de su real “sociedad e intimidad”.
Total sesenta millones en letras, solventes, firmadas por la familia Nadal de Editorial Destino por la compra de la revista Pronto y endosadas a nosotros. Pagamos diez de comisión a Ignacio Ribó, hermano del político comunista, y nos repartimos el resto. Otro nido de problemas. La desatada caza no desdeñaría la operación que también se citaría, en realidad el efectivo para superar el año.
Narcís Serra y Javier de la Rosa ganaron por kao total. A los promotores les resultaba incómodo el tal Del Barco removiendo la basura. La diferencia abismal de peso y las trampas me lanzaron a la lona, la cárcel. ¡Y apenas sabía lo que por intuición y conocimientos sonsacaba del sumario!, y no pocas incómodas preguntas a interesados.
La expresión del periodista sobre José Luis Bruna gozando una prisión de “pachá”, entendí desde el primer día de julio del 80 que ni aun el mejor de los enchufados, y los había varios, vivía bien en aquel estercolero con hombres amontonados hasta nueve y diez en una celda de nueve metros. Un tópico gratuito. La Modelo, una mala copia de “Expreso de Media Noche”, con la brutalidad funcionarial de contrapeso a la salvaje anarquía y su escaso número. Normalizado con el terror el orden interno pasadas las bárbaras represiones por los motines y la fuga de los 45, en el 77 y 78, envalentonados los reclusos por la estrenada Democracia y Derechos Humanos, sin solucionar la suciedad por falta de materiales de limpieza, el amontonamiento, las infecciones, la droga, el desorden total. Lo dicho, 2.600 individuos para menos de cuatrocientas celdas, inutilizadas un centenar por los motines, sin comedores, apenas duchas frías con capa de moho verde, y menos de veinte funcionarios de guardia interior. A la larga descubrí que eso era lo bueno de aquella prisión. La anarquía funcionaba mejor que cuando centenares de guardias, sicólogos, asistentes sociales, educadores, enfermeras y médicos acababan con el poco cerebro de los drogados, e intentando con absurdos programas rehabilitar al desecho social.
Se preparaba un primer año terrible. Los motines habían sentado de director a un tal Camacho, que buen funcionario franquista reunía corrupción y dureza en parecidas dosis. Los célebres presos del caso Consorcio, por la prensa, no gozarían de destino o trabajo, y por única concesión nos metió en la Sexta Galería, de primarios y enchufados, donde tres en una celda era el máximo privilegio. Alguien presionaría y añadió las visitas por el locutorio de “Jueces”, con la ventaja de verse entre barrotes sin cristales entonces, y oírse, imposible en los locutorios generales.
Pasarían cuatro meses para ver a mis hijas en un “vis a vis”. Ocho, once y catorce años. Una sala donde las parejas usaban el lavabo y un armario, donde se guardaban sucios mochos y cubos, para fornicar. Atención, se pedía el libro de familia, casados por la Santa Madre Iglesia, con las excepciones que la corrupción y favoritismo obliga.
Tras tres días en una celda con sacos de paja en el suelo para dormir los entre diez y veinte individuos ingresados, el periodo, de observación sanitaria, a la Sexta Galería. Lo de sanitaria figuraba en los reglamentos. Baguñá, el único médico, decían, compartía empleo con un hospital, y desgraciados los necesitados. Una de mis grandes suertes en la vida, desde la niñez jamás enfermo, y moderadas las visitas al dentista.
Para describir aquella prisión, donde pasaría tres años, o mejor dos años, diez meses, y veintiún días hasta ser juzgado y condenado a ese tiempo, acudo al juez Gómez de Liaño, ya que ningún cronista de la ciudad se dedicó a tan delicado asunto aunque sobraran “progres” arropando a Xirinachs y sus campañas ante la propia prisión. El primer juez de Vigilancia Penitenciaria en Cataluña tomó posesión, según cuenta entre magnífica literatura, en las Navidades de 1981. Yo llevaría un año y medio. Escribe; “Los jueces enviamos gente a la cárcel, pero nos desentendemos de ella. A pesar que intuíamos que algo grave debía ocurrir entre los muros, nada sabíamos”. Sin comentarios. Y seguía; “Cuatro meses de trabajo fueron bastantes para descubrir el cúmulo de abusos y barbaridades que se perpetuaba en la cárcel Modelo de Barcelona. Situada en pleno centro de la ciudad, era como un amplio escaparate del absurdo”. Por lo visto le llamó la atención una denuncia y visitó el “Palomar”, unas celdas para “locos” en la enfermería. “Un preso de bata blanca, que tenía mugre hasta en los botones, exhibía su condición de protegido de la Dirección. Tal era su impudor que me hizo pensar si el cargo no lo habría obtenido a cambio de chanchullos. Me recibió como encargado de aquel cuchitril que no pasaba de ser un vulgar botiquín de campaña”. Los cabos de varas seguían en activo. Y continúa sobre el caso que le había impresionado; “Quedó en manos de unos falsos enfermeros que, sin ningún tipo de escrúpulos, hicieron con él todas las salvajadas que una fiera no haría”. “De las atrocidades, una, por su especial grado de sadismo, se convirtió para mí en objeto de obsesión: durante la orgía, varias veces le habían penetrado por el ano con el palo de una fregona. El resultado, defecaciones, meadas y vómitos, todo junto”. Pasado el tiempo, entre varios incidentes el secretario le contó que se había abierto un proceso contra el director de la Modelo. “Desconozco en que quedaría el asunto”, escribe. Ya le contesto veintitrés años después, en nada. Camacho, en su escalafón funcionarial, murió de cáncer, con gran alegría de muchos reclusos recordándole hoy en día.
Otra cita; “Recuerdo que la ciudad pasaba por una ola de calor asfixiante. Nos llegaban rumores de que se estaba fraguando un motín en La Modelo. El hacinamiento de presos llegaba al límite, y llevaban una semana sin agua corriente...”. De “Pasos perdidos, confesiones en carne viva”, Javier Gómez de Liaño, Temas de hoy, 1999. En la edición se advierte que no se podrá reproducir ni todo ni parte sin el permiso del editor. Me concedo el permiso toda vez que aguanté estoicamente tanto disparate, con él de responsable, y aunque no me dieran por el culo, en realidad todo el Sistema abusaba de mi ano, y mi vida pendió de algunos hilos fuera de control. Y sin embargo, sigo prefiriendo aquel disparate al actual. Cuenta que entonces impidió una entrada de los antidisturbios, lo dudo porque la presencié, con enormes mordiscos en las carnes por las balas de goma. E insisto, y insistiré, resultó para mí más soportable la inmersión entre seres asilvestrados, que veinte años después entre una multitud de funcionarios universitarios rehabilitadores. Me recordaban tanto, el abuso, superioridad, doblez, sometimiento y menosprecio, la demagogia de los curas del franquismo, mis maestros, que no me sorprende que mi rostro dibujara mi enorme desprecio.
Recién ingresado, sin asimilar aun lo caído encima, los aspavientos de Luis Pascual Estevill, acompañado de su socio Eduardo Soler Fisas, oyendo por primera vez en la vida lo de “!es una injusticia, recurriremos!”, y excusándose en “nos la han jugado”, “el juez Miranda de Dios, no te cree, lo de las orgías le convulsiona, discotecas, sociedades con Antonio, la Policía te acusa de cerebro”, sentí angustia, imposible de definir. Yo le insistía en la magnitud del desfalco, y aunque él me creía, decía, para la acusación, juez y fiscal, una distracción defensiva. “Insiste en que tú conocías a Antonio desde el 74 porque le compraste un BMW, además de saber demasiado sobre el Consorcio”. Y vuelta a empezar, entonces los compraventa vendían el coche con la firma del propietario, y natural en un comercio de intermediación no presentar al comprador y vendedor. Inútil.
Desde el ingreso perdí el hilo de la gran cantidad de escritos, autos y recursos, inundando el juzgado, inútiles en cuanto a la búsqueda de la verdad y el posible retorno del dinero al Consorcio, recordando el singular razonamiento del auto de prisión. Según la Censura de Cuentas realizada al Consorcio por el Ministerio de Hacienda, y el atestado policial, se apreciaban contra mí indicios racionales de criminalidad. Una escasa línea inútilmente recurrida a la Sala (los recursos se perdían por sistema puesto que el juez de instrucción cumplía con su competencia al dictar el auto de prisión), y pedida la censura y el atestado, se negaron por tratarse de documentos internos. ¡Y “razonar” el auto de prisión era una moda impuesta desde la Democracia!. O así me lo vendía Pascual. El primer documento continuaba la tónica del oscurantismo, los abría peor. Veinte años después quien tuvo en sus manos la censura de cuentas me aseguró se refería a un periodo anterior a la firma del contrato sobre los terrenos de Montornés, y relataba las barbaridades sobre valoraciones de mis escritos y el total desorden contable. Una Policía y Hacienda enlazados en pura corrupción con el Bufete Piqué Vidal y Javier de la Rosa.
Debí comprender entonces contra quién me enfrentaba. De tener una perspectiva del campo de batalla con la suficiente visión del conjunto, que el futuro me demostró que mi abogado poseía, el ataque frontal nunca hubiera sido mi decisión. Con pequeños conocimientos de derecho, asignaturas de Civil y Mercantil en mi diploma del Instituto Bancario, del Consejo Superior Bancario, cuatro años por las tardes de los 50 60 en el Banco de España de la plaza Cataluña, con excelentes catedráticos como Francisco Fernández de Villavicencio, de civil, Polo de Mercantil, Goxens Duch, de contabilidad, y varios en matemáticas y especialidades bancarias, y por experiencia, me lancé a descubrir la verdad, una nebulosa intuida desde el inicio de la denuncia. No tenía ni idea de cómo se burlaba la ley, aunque suficiente de corrupción de baja intensidad, ni de que en el campo contrarío se alineaban todos quienes fueron y eran algo en Barcelona, a sumar un montón de arribistas chantajeando al evidentemente en descubierto Javier de la Rosa. Todos cobrando del Banco Garriga Nogués, o a través del que ya se comentaba el más poderoso y grande en número de abogados, repleto de gente en relación directa con la Judicatura, y que aún rebasaría cotas superiores con Pujol y KIO, el bufete de Juan Piqué Vidal.
Y yo en lugar de aceptar la defensa gratuita, y si ellos querían fuera “secretario” de Antonio, pues eso, me convierto en una mosca cojonera, señalando lo evidente. Liso y llano, “la cagué”. Mis dos compañeros de desgracia lo veían claro; “Rafael estás enmerdando el asunto, me decía Serena, Antonio robaría más de lo que podamos imaginar, pero el hijo no tenía nada que ver”. Y yo le contestaba; “Y se te ocurre declararte administrador de Antonio, si acaso uno de sus socios, o fanático por los coches, se asoció, e invirtió en tus sociedades. En definitiva, la verdad”. Se descojonarían el juez y los abogados acusadores (o sea, todos), en la red un adecuado pajarito. Se reirían con un “las novias le administraba”. Las relaciones se enturbiaban. Por el estilo, Bruna de Quijano, del que con largas horas de patio no conseguiría ni una simple reseña sobre el Consorcio. Antonio de la Rosa había cambiado, y nosotros sus íntimos. La versión “oficial”, dogma de fe. Pascual entregaría otra serie de escritos hasta otro “no ha lugar”. Total y absoluto. Y a cambio de ese “no ha lugar” con los años merecería el estrellato judicial.
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